Aquella mañana me levantée algo nervioso (no voy a decir que no), todo el día estuve de un lado para otro, intentando matar el tiempo y apaciguando los nervios, a la noche saldría un bus de mi ciudad (Lugo) al aeropuerto de barajas (Madrid) donde cogería el primer de los dos aviones de este largo viaje.
El autobús salio a las 12 en punto de la noche de mi cuidad, dirección el aeropuerto, apenas dormí nada, simplemente porque es muy difícil dormir en un autobús, durante el trayecto mandé un montón de mensajes a personas que me importaban de verdad, mensajes como “sabes? Me marcho para Cicely, a que es increíble?”, algunos me contestaron, otros no.
A la mañana, muy temprano cuando el sol empezaba a salir, llegué al aeropuerto, saqué mi maleta del autobús y me dirigí a la consigna, allí mismo me paré un instante y durante un segundo un fuerte escalofrío me invadió el cuerpo, era algo como cuando después de mucho tiempo uno ve a una ex novia y siente un gran ardor en el estomago (y uno sabe que a pesar del tiempo aún siente algo por ella, y no puede olvidarla), eso fue lo que sentí yo en aquel momento. Pase las 5 horas largas que me quedaban por delante paseando por el aeropuerto, cuando ya no podía mas, me senté a tomar un café tempranero en una de las cafeterías, justo delante tenía un gran ventanón donde se podía ver a los aviones aterrizar y despegar, allí estuve un buen rato pensando en muchas cosas, que ahora no voy a contar porque no tengo ni ganas ni tiempo. Se acercó a mi una mujer de la limpieza del aeropuerto y me preguntó si iba a Shangai (China), yo le dije que no, que iba a New York y después a Seattle, ella me dijo: “Jolin chico, cómo te mueves, cómo me gustaría ir a New York, ese es uno de mis sueños”, yo le contesté que ya había estado y que en verdad era muy bonito, pero no más bonito de lo que puede ser Paris, Lisboa o La Habana, pero si que era diferente, diferente a todo y ahí estaba el secreto de su belleza. Aquella mujer se despidió (tenía cosas que hacer) y me deseó un buen viaje, yo le contesté asentando la cabeza, seguí tomando mi café. Al poco tiempo me levanté, mi avión iba a salir.
Caminé por el túnel que iba dar al avión, y corrí, cada vez más deprisa, tenía ganas de meterme dentro, llegar cuanto antes, quería llegar a Cicely ya.
Al sentarme en el avión observé que una chica también lo hacia a mi lado, cuando llevábamos media hora empezó a hablar conmigo, me dijo ”bueno voy a empezar a hablar yo, porque como veo tu no lo haces, nos queda por delante 8 horas de avión, y va a ser algo incómodo”, yo sonreí y le contesté que no tenia inconveniente en hablar, solamente que iba pensando en mis cosas (yo nunca suelo hablar primero con nadie, Luego cuando conozco a la persona ya hablo mas, y después ya no hay nadie quien me pare. Siempre actuó así, a veces hasta parezco muy raro). Aquella chica (de cuyo nombre no me acuerdo, pero si que era preciosa) me dijo que era bailarina, que bailaba en Broadway y por todos los Estados Unidos!!, se traía este viaje a su familia para que pudiesen conocer el país, ahora ella vivía en Florida, su historia me impresionó muchísimo, ¡Una bailarina española triunfando en Broadway!, yo le conté mi historia y sí que se asombró, incluso más que yo con la suya “un chico que viaja solo a Cicely, Dios mío hay que estar loco!”, yo afirmé que sí, que lo estaba.
Al llegar a New York tuvimos todos muchos problemas para entrar en el país, fue la primera vez que pude ver las miserias de una guerra sin sentido.
Ya en el John Fitzgerald Kennedy Airport nos despedimos y nos deseamos suerte en la vida, y cada uno por su lado, ella se esfumaba con su familia entre la muchedumbre del aeropuerto mientras yo la perdía de vista.
Tuve que esperar unas 6 horas más, hasta que saliese mi vuelo dirección a Seattle, di paseos con mi mochila de mano al hombro por todo el aeropuerto, mirando para todas las razas imaginables que puede haber en el mundo. Subiendo, bajando escaleras, de aquí para allí, así unas cuantas horas. También llamé a casa para decirles que mi primer vuelo había salido perfecto.
Cogí el segundo y último avión dirección Seattle, en este viaje llevé como acompañantes a una pareja de Rusos, yo le dije que mi perro también era ruso, y que se llamaba Boris en honor al ex presidente Boris Yeltsin, les hizo mucha gracia, no hablé más con ellos en todo el vuelo, más que nada porque fui durmiendo, durante el vuelo el avión se movió bastante, pero no le hice mucho caso, estaba cansado y quería dormir.
Llegué a Seattle, ya era de noche, creo que eran la 1 de la madrugada, solo sé que era tardísimo y yo estaba muy cansado, me fui directamente a recoger mi gran maletón, estuve un buen rato, pues parecía que mi equipaje no salía por la cinta transportadora, después de un largo rato, apareció.
Justo cuando iba caminando con mi equipaje (no sé muy bien dónde) un gran alboroto se formó tras de mí, me giré y pude ver un montón de soldados que venían de la guerra de Irak, dios mío, tenían que ver sus rostros, pude interpretar miedo, angustia, felicidad, sosiego, pero también tenían que ver como se abrazaban a sus novias, hijas, hermanas, madres, padres…Si aquellos eran los vencedores de una guerra,¿ como estarían los perdedores…?.
Me dirigí a un Rent a Car, deseba llegar a Cicely cuanto antes, y quería hacerlo en coche, así que fui a alquilar uno, me atendió un chico negro (afroamericano), muy simpático y agradable, me enseñó los distintos modelos de coches, me quedé con el más barato, en total 400 euros, era un Dodge con techo solar. Me acompañó hasta donde estaba aparcado, me dijo como funcionaba, no me diera cuenta que los coches americanos son automáticos. Encendí el coche y en ese instante me di cuenta que no estaba muy seguro de lo que hacía, pero ahora no me iba a echar atrás (“siempre al frente” decía el poeta Rimmbaud), Salí del aeropuerto dirección Seattle, en las emisoras sonaba Country, y en mi cabeza la conciencia que me decía que no estaba haciendo lo correcto. A lo lejos podía ver los pocos rascacielos que tiene Seattle, bueno sólo podía ver sus luces, era algo precioso. Llegué a Seattle y di unas cuantas vueltas en el coche por la ciudad, apenas había nadie, pude ver en la calle un par de personas, paré el coche y les pregunté dónde estaba la casa de Kurt Cobain, me dijeron que no estaba lejos de allí, seguí la dirección que me dijeron y en 10 minutos había encontrado la casa del Portavoz de mi generación. Al llegar me invadió una gran tristeza, ni siquiera apagué el coche, porque ni siquiera me baje de él, pude ver unas cuantas velas en las escaleras de la casa de kurt, supongo que algún fan las pondría, estuve un silencio durante unos segundos, dije en voz alta “hasta siempre Kurt” y me marché.
Me di cuenta que no podía llegar a Cicely en coche, primero porque estaba muy cansado (llevaba 22 horas viajando y apenas había dormido), y segundo no sabía conducir muy bien los coches americanos, así que me dirigí de nuevo al aeropuerto, no sin antes perderme claro está.
Llegué de nuevo al Rent a Car, ya se había ido el chico negro, ahora lo atendía un chico asiático, le explique que era europeo y no sabía conducir los coches americanos, él lo comprendió y me devolvió todo el dinero, cogí mi maleta y fui al interior del aeropuerto.
Apenas había nadie, eran las tres de la madrugada, di muchas vueltas yo solo por el aeropuerto arrastrando mi pesado equipaje, así durante un largo tiempo, cuando el sueño me pudo me senté en unos sofás, pero no quería dormir, pues a las 7 de la madrugada tenía que estar en la estación de autobuses de Seattle, donde saldría un autobús directo a Cle Elum (el pueblo donde me alojaría, a tan solo 3 millas de Roslyn (Cicely).
Un par de vagabundos estaban durmiendo enfrente mía, me ofrecieron su lado para dormir con ellos, al principio dudé, pero los ojos me picaban y se cerraban por largos ratos, así que me acerqué al lugar que me ofrecían y no tuve más remedio que acostarme, apreté fuerte mi maleta y dormí.
Me desperté casi a las 6 e la madrugada, los vagabundos ya se habían ido, me levanté con prisa y me dirigí a uno de los múltiples taxis que había las afueras del aeropuerto, el taxista era un chico joven negro, estaba enamorado de Europa, me hizo muchas preguntas, yo le contesté las que pude, no todas, no entendía muchas, me dejó enfrente de la estación de autobuses y me dio la bienvenida a los Estados Unidos de América, me estrechó la mano y yo le di las gracias.
Entré en la estación, que sensación, era muy pequeña, vieja y mal cuidada, las gentes que la poblaban pertenecían al ultimo escalón social del país, gente con pocos recursos, todos me miraban, yo no les devolví la mirada, simplemente bajaba la cabeza.
Al fondo había un policía negro y muy gordo durmiendo en una silla, de vez en cuando daba cabezazos y se despertaba, aquello me hizo mucha gracia y me robó alguna que otra sonrisa.
Unas señoras que estaban allí me preguntaron de dónde era, llamaba la atención que no era americano, le dije que europeo, de España, se extrañaron, les comenté que me dirigía a Cle Elum, y que venía a ver Roslyn, se extrañaron más aún, estuvimos charlando durante una hora, también se metió en la conversación un chico debilucho y de gafas, era de Seattle y se dirigía a China, me comentó que viajaba por todo el mundo solo cuando ahorraba un poco de dinero, fue algo que me impresionó bastante.
Se abrió la ventanilla para comprar los billetes, 10 minutos antes había entrado más gente en la estación, me puse a la cola, tengo que decir que una bella chica venezolana me ayudó, hizo de interprete mía con la chica que atendía en la ventanilla.
Subí al autobús, era viejo, como los que salen en las películas, y como el que salía en el episodio piloto de Doctor en Alaska, ese que coge Joel Fleischman que lo llevara a Cicely.
Pasé por los mismo paisajes que salen en la serie de camino a Cle Elum, había lagos sin fin, montañas nevadas en sus puntas y nieblas perpetuas en sus llanuras, indescriptible, a eso hay que sumarle bosques de abetos verdes y esbeltos.
Saqué mi cámara de fotos, quería fotografiarlo todo, todo, los nervios se apoderaban de mí, la gente del bus me miraban, parecían no poder comprender qué era lo que podía parecerme tan hermoso para fotografiar, algún viajante sacaba una sonrisa muy pequeña de su rostro.
El autobús para en un pueblo que se me hizo familiar, fue entonces cuando pude ver encima del tejado de una de sus tiendas un letrero que ponía Twin Peaks, claro! En aquel pueblo se había rodado la serie de televisión de David Lynch, alguien me lo había dicho, solamente que apenas lo recordaba.
El bus siguió, y ya podía ver letreros en la carretera en los que aprecian los nombres de Cle Elum y Roslyn!!
Pasada media hora el bus entra en un pueblo más grande, parece tener mas vida que los anteriores, entonces el conductor se gira hacia mí y dice Cle Elum!, en ese instante una situación extraña recorrió mi cuerpo y sin más preámbulos me levanto del asiento mientras voy chocando con algunos de los pasajeros que se encuentran en los asientos exteriores del autobús. Ya en el exterior recojo mi equipaje, y veo marchar a lo lejos el autobús.
Es en ese momento cuando miro todo lo que tengo alrededor, un pueblo precioso americano, rodeado de grandes bosques y montañas que parecen desafiar a las nubes, estuve parado durante unos 5 minutos mirando cada rincón de Cle Elum, respirando su olor (América huele distinto a Europa), recordando el largo viaje…
Me pongo a andar por las aceras despobladas de Cle Elum, mientras en la carretera van pasando coches, algunos me pitan (algo que no comprendía al principio), yo les respondo levantando mi brazo, otros se quedan mirando. A lo lejos puedo ver una gasolinera con una pequeña tienda, entré en ella y enseñé la dirección de mi hotel llamado Iron Horse Inn, la señora que regenta la tienda de la gasolinera me dice el camino que tengo que seguir para no perderme, justo cuando me voy ella me dice en ingles “Welcome Español!”, me quedo parado mirando hacia ella, ¿Cómo puede saber que soy Español?, sin darle más importancia sigo caminado. Antes de un cruce puedo ver una casa pequeña casa de madera donde un letrero reza “Camera of Commerce of Cle Elum_Roslyn”, es el lugar ideal para preguntar la distancia que me falta para llegar al Iron Horse. Entro en aquel sitio y puedo ver que lo atiende una delicada y fuerte mujer de gafas y piel muy pálida, que ronda los 50 años, levanta la mirada y con una voz tan dulce que parece pedir permiso al silencio para hablar, me pregunta qué deseo, yo le contesto que me dirijo al Iron Horse y que estoy de vacaciones en su pueblo. Es en ese instante cuando consigo ver colgados en la pared del fondo cuadros de los protagonistas de Doctor en Alaska, muchos de ellos firmados, me dirijo a donde están para poder verlos mejor, la mujer me hace preguntas pero apenas le hago caso, es en ese momento cuando ella me pregunta Are you Jordy (Jory)?. Sí! contesto con más extrañeza, una extrañeza que iba aumentando desde que bajé del autobús. ¿Cómo sabes mi nombre? le pregunto, ella sonríe (qué sonrisa más dulce), me enseña un periódico del pueblo y en sus paginas centrales una noticia en la que decía que yo era un fan de Doctor en Alaska y llegaba al Pueblo para verlo, después de leerlo saco una gran carcajada (que en un principio pareció asustar a aquella frágil mujer), y pude entender todo. Mi amiga Sílvia de Barcelona había sido la primera española en ir a Cicely hace un par de años, gracias a ella yo estuve también allí, y había enviado una noticia a los medios de comunicación sobre de mi llegada, y éstos lo reflejaron con gran entusiasmo (muchas gracias Sílvia nunca lo olvidaré). La frágil mujer me dice que se llama Judy, yo la llamaré Judy the Sweet (Judy “la dulce”), Judy llama por teléfono a alguien y comenta que el Español ha llegado, me pregunta cómo me ha ido el viaje y que le extraña un motón que alguien venga de tan lejos para ver su pueblo, pero a la vez fantástico. Es una de las organizadoras de los Moose Days (Días del Alce), me comenta con gran alegría, que una visita como la mía venida de tan lejos es tan bienvenida como cualquiera de los protagonistas de la serie, yo le doy las gracias con gran entusiasmo.
Al poco entra una mujer, Judy le explica que yo soy el español que sale en el periódico, la mujer nueva me tiende su mano y me dice que se llama Alice, me da la bienvenida, al poco se marcha, Judy me dice que me llevará en su furgoneta hasta el Iron Horse pues aún tengo un largo camino y más llevando todo el peso que arrastro, monto en su coche, y llego al Iron Horse (que preciosidad de hotel, al mas puro estilo Hollywood). Un edificio de madera color azul en el medio de un paisaje bucólico que conserva la más grandes de las tranquilidades.
Al entrar en el Iron horse puedo ver una mujer de unos cincuenta y largos años, de piel muy blanca, casi rosada, pelo blanco y unas enormes gafas (típica americana), que me da la bienvenida antes de que Judy le diga quien soy “Welcome Jordy (Jory pronuncian ellos)”, yo le doy las gracias, Judy me presenta a la mujer de piel blanca, se llama Mary Pitis y es la dueña del hotel, ella también esperaba mi llegada con gran entusiasmo, Judy se despide y se marcha, entonces en ese instante sale del fondo del pasillo un hombre fuerte, de piel muy blanca y pelirrojo, con un mandil blanco colgado de su cintura, es Doug marido de Mary Pitis, es el encargado de cocinar en el hotel, él también me da la bienvenida mientras me estrecha la mano. Luego miro a mi alrededor y observo todo el Iron Horse por dentro (parece sacado de un cuento infantil), no voy a describirlo porque no me llegarían ni los folios ni las palabras, sólo diré que era la tranquilidad personificada y está ambientado en el ferrocarril de principio de siglo decorado con gran cantidad de cuadros que ilustran los primeros pioneros norteamericanos, la fiebre del oro y la llegada del ferrocarril.
Mary Pitis quiere que firme en el libro de visitas del Iron Horse INN, donde me tiene un sitio reservado, lo hago, la firma va acompañada de una frase “Cicely is a state of mind-Cicely es un estado de ánimo”, una vez que termino de firmar y ojear el resto de firmas que hay en el libro, Mary Pitis me dirige a lo que será mi habitación durante los siguientes seis días, subimos unas escaleras, y en el descanso puedo ver la noticia de mi llegada pegada en la pared con celo como si de un gran evento se tratase, me volvió a llenar de orgullo.
Al entrar en mi habitación fue como hacerlo en una casa colonial del siglo XIX, (muchas veces cuando estoy a punto de dormirme sueño con aquella habitación). Mary Pitis me deja, lo primero que hago es tirarme sobre la gran cama como si de un cuerpo sin vida se tratase, unos minutos más tarde empiezo a quitar la ropa de la maleta, entonces alguien llama, es Mary Pitis que me dice que alguien está al teléfono y quiere hablar conmigo, me sorprendió mucho, no sabia quién podía estar interesado en hablar conmigo a 12000 km de mi ciudad.
Cojo el teléfono, y al asomarlo a la oreja, escucho una voz española, que tartamudea por veces, parece que no está muy seguro de lo que dice o le cuesta algo, esa voz me dice que se llama David y es español, que se vino a vivir a Estados Unidos hace 40 años (ahora comprendo la inseguridad de su voz), que está casado con una mujer Puerto Riqueña que se llama Dainorah, me dice que le gustaría conocerme pues es muy raro que venga un español a esa zona, yo accedo enseguida, en 5 minutos me recogerá en el Iron Horse.
Le comento la noticia a Mary Pitis y una gran sonrisa le se dibuja en la cara “It´s fantastic Jory” me dice.
Salgo a fuera con Mary Pitis y ya puedo ver un típico coche ranchera americano a la puerta, subo a él, y es cuando veo por primera vez a David, es moreno, con alguna cana, y parece que se dibuja el trabajo en su rostro, lleva una gorra puesta y viste con vaqueros y camisa de cuadros, me estrecha la mano y me dice “Hola yo soy David, como estás?” “Bien, gracias, no esperaba encontrarme a un español aquí la verdad” le comento, él sonríe, de camino a su casa me cuenta que se vino a Estados Unidos cuando tan solo tenia 18 años, me repite muchas veces “aquí se vive bien” “es muy tranquilo, gano mucho dinero”, yo lo sigo escuchando, no volvió a España desde el 92, y me pregunta sobre muchas cosas, de política, de coches, gentes, le puedo notar una cierta nostalgia que intenta tapar con su americanismo, supongo que echa de menos su país, solamente que no quiere que se lo noten, incluso me llega a plantear que me venga vivir a Cle Elum, yo le digo que no, ni hablar, amo Europa, amo España además soy Gallego y nuestra morriña ya es más consabida, no aguantaría ni dos meses.
Al llegar a un cruce de cuatro caminos, David me enseña el que tenemos de frente “ese es el camino a Roslyn”, me pongo un poco nervioso, y respondo “Por ahí se va Roslyn?”, él asienta la cabeza, no pude quitarme la imagen de esa carretera en todo el día.
Llegamos a su casa, es una casa bonita, con el jardín muy cuidado (David trabaja en mantenimiento y jardinería en la Universidad de Ellensburg a 20 millas de Cle Elum), la casa por fuera esta recién pinada, se nota que la cuida mucho, que le dedica gran parte de su tiempo, está rodeada por un cerco de metal perfectamente cuidado. Abro la puerta que da la entrada al jardín y pulso el timbre de la casa, me abre la puerta una señora muy bajita, regordeta con rasgos latinos que me recibe con una gran sonrisa y un acento Portorriqueño mezclado con un foraneo inglés (Dios santo cuáto me gustaba escuchar a Dainorah), quiere que pase a dentro, yo lo hago, observo todo el interior de la casa, es muy bonita, la cocina está unida con el salón, las habitaciones se encuentran al subir una escalera, todo está perfecto, y la comodidad se respira en cada uno de sus cuartos.
Dainorah me pregunta si estoy cansado y cómo me ha ido todo, yo apenas puedo contestarla porque aún no me creo que estuviera allí, en aquel sitio, tan cerca de Cicely…
David me pide que lo acompañe, quiere enseñarme toda la casa, muchas de las cosas que la componen las hizo él (tiene una buena mano, todo hay que decirlo). Bajamos unas escaleras que van dar a una especie de trastero amplio donde guarda herramientas y hace los trabajos de casa, me lo enseña todo, abre cajones, saca pequeños moldes de moldura y siempre me dice “esto lo hice yo”, yo le pregunto por todo aquello, pero David no parece escuchar, me vuelve a decir “esto lo hice yo” y de vez en cuando no solo se queda conforme con esa frase, sino que comenta “trabajé muy duro”, parece tener un ansia enorme de enseñarme todo, como intentando justificar el tiempo que lleva en los Estados Unidos, que no ha perdido el tiempo, lo mucho que trabajó, intentando olvidar que no se arrepiente de dejar España. Me vuelve a decir “aquí se vive bien”, ¿Por qué no te vienes a vivir aquí?”, yo le rechazo por segunda vez la invitación, “no me gusta lo suficiente”, le contesto, él se queda callado, y me vuelve a enseñar más cosas.
Ya en la cocina comedor Dainorah está preparando la comida (¡cómo cocina Dainorah!!), está preparando un rico pescado de los ríos del Canadá con patatas fritas, el olor de la comida cocinándose me abre más el apetito. Antes de que la comida esté en su punto Dainorah y David me preguntan por el cambio político que se produjo en España, están enterados de los atentados del 11 –M, Dainorah incluso me dijo que fue a rezar a la misa por las víctimas. Yo le explico las grandes manifestaciones de repulsa al terrorismo o las aglomeraciones delante del gobierno el día antes de las elecciones, Dainorah aprieta fuerte su pequeña mano contra un trapo que tiene en la mesa y dice “Dios qué bonito” “Dios qué lindo”, le parece increíble que un país se haya levantado contra un gobierno mentiroso, a ella eso le pone la piel de gallina y hace que eleve más la voz de lo normal, a mí sinceramente también me gusta verla así, con lo cual le cuento todo lo que ha pasado en esa fatídica semana.
Les parece increíble que alguien venga de tan lejos para estar en Roslyn, lo toman como algo glorioso, no como una locura, noto que eso les impacta, saben que he tenido que trabajar durante dos años en algo que odio para estar en su pueblo, veo a veces a Dainorah un poco asombrada cuando dice “uy que chico este, pobrecito ha estado trabajando duro, para ver Roslyn, qué historia más linda, qué bonito”, David se ríe, y hace alusión a mi locura “chico estas crazy”. David mezcla palabras en ingles y castellano, lo que nosotros conocemos como “Spaninglish”, hay termina todo, no le da más importancia de la que tiene, eso me vuelve loco.
Al terminar la comida David se despide pues tiene que ir a trabajar a la Universidad de Ellensburg, no volverá a casa hasta la una y media de la madrugada. Antes de marchar me dice que estoy invitado a la comida del día siguiente en el cual prepararan un pollo campero con patatas, yo accedo a la invitación (me encanta el pollo).
Paso una hora charlando con Dainorah en el salón de casa, me cuenta entre otras cosas que han trabajado mucho para conseguir aquel hogar y cuidar a su única hija que se llama Jenny, “es una chica muy guapa y está casada” (el sueño americano), también me comenta aspectos de su familia portorriqueña, de la cual no le gusta hablar, prefiere hacerlo de ella, su hija y David. Al llegar las 4 de la tarde decido irme hasta el Iron Horse y alquilar una bicicleta para llegar a mi ansiado Cicely. Dainorah lo comprende y me acompaña hasta la puerta, le prometo que mañana a las 12 y media del mediodía estaré en su casa y les ayudaré en la preparación del pollo con patatas.
El camino hasta Iron Horse es bastante largo, tengo que atravesar todo Cle Elum, luego llego al cruce de la Cámara de Comercio donde trabaja Judy “la dulce”, y aún me queda un kilómetro por delante en la que atravesare un río cuya agua proviene de la nieve de las montañas que aún se conserva en el mes de Julio y por último el típico barrio de casitas familiares con jardín, al final de este recorrido se encuentra el Iron horse.
Al entrar en el hotel, Mary Pitis se encuentra recogiendo las revistas que están esparcidas por el suelo, después de que un niño travieso que se hospeda dos habitaciones mas allá de la mía, hiciese de aquello su visión propia de la guerra.
Le pregunto dónde puedo alquilar una bicicleta, Mary Pitis me contesta que no hace falta, ella tiene un par de bicicletas y que me presta una durante mi estancia, yo se lo agradezco enormemente. Me acompaña hasta la parte trasera del Iron horse, las bicicletas se encuentran colgadas en la pared en un gancho bastante grande y grueso, la bajo y monto en ella, es perfecto, ya tengo vehiculo para irme a Cicely, me despido de Mary Pitis y me pongo en marcha.
Llego al cruce donde David el día anterior me dijo que era el camino, santo dios qué sensación tuve, estaba a tan solo 3 millas de Cicely, apenas 15 minutos en bicicleta, casi no podía pedalear porque las piernas me temblaban y las fuerzas de las manos se habían esfumado para poder coger el manillar, así que me bajé de la bicicleta respiré y volví a montar. Seguí la larga carretera que estaba franqueada de enormes abetos y bosques de un color verde intenso, a veces roto por el paso de algún riachuelo o pradería que solían utilizar para los rodeos, a los 5 minutos paso una señal que pone Roslyn 2 milles, entonces acelero mi pedaleo, lo cual hace que empiecen a caer las gotas de sudor por mi frente y empape mi camiseta, sigo pedaleando, veo otro letrero que pone Entering in Roslyn (entrando en Roslyn), me paro de repente y le saco una foto a aquel letrero, incluso lo toco con mis manos, saboreo el momento. Ya está! Ya llegué!
Al fondo puede verse el núcleo urbano, así que decido entrar por entre las casas de Roslyn en vez de bordearlo por la carretera nacional, algún “Ciceliano” sale de su casa, yo lo saludo, ellos también y con gran énfasis, incluso alguno llega a decir ¿Español?, sonrio y afirmo con la cabeza, lo que hace que me conteste un amable “Welcome”, contesto con un seco y rápido “Thanks”, subo una ligera cuesta que me parece eterna, incluso tengo que bajarme de la bicicleta, todo está rodeado de casitas de madera, unas mejores cuidadas que otras, ya en el éxtasis de mi cansancio y nerviosismo consigo ver el final de cuesta, cuando llego a su cima, no me lo puedo creer, enfrente estaba el Roslyn Café!! con su mural guardando el tiempo, la historia y el sueño, allí se encontraba el final de mi largo viaje, sin más me monto en la bici y bajo la cuesta a gran velocidad, llego a la calle principal de Roslyn (llamada Pennsylvania Street), bajo de la bicicleta mientras cae al suelo haciendo un gran estruendo, y de un impulso me pongo a correr por en medio de la calle gritando “Estoy en Cicely!! Estoy en Cicely!!!”, con el ruido de mis gritos salen muchos habitantes de Roslyn, algunos sonríen otros se quedan extrañados, me tiro en medio de la calle principal, y mirando al cielo con las manos en mi cara vuelvo a gritar “Estoy en Cicely, Estoy en Cicely!!” una carcajada tras otra, así durante unos minutos.
Ya pasado el éxtasis emocional, sentí un ráfaga de frío, a pesar de hacer un calor enorme y el sol dar con toda su fuerza en mi cuerpo, aquella situación me puso la piel de gallina, eran los nervios en estado puro. Me levanto del suelo poco a poco mientras las personas que salieron al exterior a ver mi ataque de locura venidera van retirándose poco a poco, unos regresaban al interior de las tiendas que hay en la calle principal de Roslyn, otros seguían sonriendo esperando que yo montase otro número de igual o mayor belleza emocional.
Miro a mi alrededor pudiendo observar en ese momento toda la belleza en la que me encuentro enrolado, al frente el Roslyn Café con su mural, si me giro, la consulta de Joel Fleischamn, en la misma acera en una esquina, el Brick. Enfrente mía la zona de Roslyn más bonita, donde se encuentra el Pizza Village, el tottem indio y la tienda de Ruth-Anne, acentúo todavía más mi vista, con la ilusión de poder ver al alce Morty apareciendo por la curva, pero eso no ocurre. Al fondo la KBHR, la radio de Cicely, el espíritu de Chris, La voz de la última frontera… Es ahí donde me dirijo corriendo, el primer sitio al que voy deseando que se pare el tiempo para poder saborearlo mejor. Antes de de llegar a la KBHR hay un cruce en el que confluyen la general que bordea Roslyn y Pennsylvania Street. Dejo pasar un coche ranchera de color marrón tostado, cuyos espejos brillan desde hace un tiempo por los rallos del sol que pegan en ellos. Apenas he dejado pasar el coche, cruzo acelerando el paso, y es ahí donde puedo ver la primera gran escena que me impacta, delante de la emisora de Chris, una estatua en honor a los mineros que murieron en las minas próximas, guardada por un muro con todos los nombres de éstos en una especie de placas conmemorativas, bastantes vidas se fueron intentando construir un futuro mejor para las generaciones venideras, ante este homenaje, unos segundos de silencio.
Enfrente, a escasos dos pasos, la radio de Chris Stevens, ¡Santo Dios, aquí empezó todo!, parece más vieja que en la serie, de hecho pasaron 6 años desde que se cerró y nunca mas se volvió abrir, por dentro está llena de polvo, y la nostalgia se hizo dueña del ambiente, la mesa de mezclas mira al cristal desde donde se puede ver todo Cicely, encima de la mesa, un reloj que ha dejado de marcar el tiempo, el micrófono donde La voz de la ultima frontera nos regalaba versos en prosa, unos cuantos libros, que de vez en cuando Chris nos leía, supongo que alguno será Hojas de Hierba de Whitman, pero están tan llenos de polvo que apenas puedo leer sus títulos. Sigo mirando, se pueden ver unas cuantas fotos de paisajes diversos, discos, algunos esparcidos por el suelo otros en cambio perfectamente guardados en estanterías diseñadas para tal ocasión. Miro, miro una y otra vez, el sudor de mis dedos que están pegados al cristal (con la excusa de poder volverme inerte y pasar al interior con la facilidad como la de un espíritu traspasa una pared), hace que caiga una pequeña gota de sudor que dibuja un camino a trompicones y que tiene como meta el suelo tostado a la luz del sol. Paso unos minutos sin moverme, con mi cara pegada al cristal y en el más grande de los silencios, pensando, en lo que pudo ser y en lo que fue, en lo que me costó llegar allí y lo pronto que pasaría todo. Cerré los ojos esperando escuchar la voz de Chris mientras da los buenos días a unos habitantes que se niegan a crecer…
Perdiendo el miedo de volver a la realidad, con la única excusa de saborearlo todo, dejo la KBHR para poder visitar los demás santos lugares. A la misma distancia se encuentran el Brick y la Tienda de Ruth-Anne, uno enfrente del otro. Cruzo la calle dirección al Brick, impulsado por la presencia de lugareños que se dirigen a tomar una cerveza en horario de media tarde, acelero el paso, con la incógnita de saber lo que me encontraré en su interior, si será como en la serie, si estarán Holling Vancouver y Shelly tras la barra deseándome servir una rica hamburguesa de alce, o si encontraré a Joel sentado a la barra mientras Ed no para de molestarlo con alguna pregunta que no tiene ni sentido ni importancia alguna.
Al entrar, lo primero que puedo apreciar es el sonido de la música que proviene de unos altavoces, música de carretera con aires de rock sureño. En la barra unos cuantos moteros con sus cazadoras de cuero, pañuelos en sus cabezas que recogen sus largas cabelleras, y barbas casi kilométricas que sirven de esponja cuando la espuma de la cerveza se queda en el borde de la jara. Todos se giran, son unos 6, me miran de arriba abajo, uno se levanta y con el puño cerrado me da un pequeño golpe en el pecho, como si de un saludo propio de ellos se tratase, dándome la bienvenida, otro por detrás me choca la espalda al tiempo que dice “Ey man, welcome”, no sé qué decirles, de hecho no digo nada, y sigo mirando atónito a todo aquello, a los moteros, al Brick, a sus camareras, que no quitaron su media sonrisa de su cara desde que llegué.
Al fondo hay mesas, donde se encuentran unas cuantas parejas sentadas, comiendo algo y bebiendo. Cada centímetro del Brick guarda un pequeño misterio, es imposible echarle un pequeño vistazo, yo podría pasarme horas enteras mirando sus taburetes, paredes, cuadros y siempre encontraría algo nuevo. Hay una placa casi a la entrada, en la que se contaba que el Brick era el saloon mas antiguo de todo el estado de Washington, estaba abierto desde 1881, y había servido como cantina para los mineros, hippies, moteros y actores de series de televisión, cuantas historias guarda el Brick!
A pesar de todo, conserva un pequeño aura de recobijo y tranquilidad, como si no tuviera la mínima importancia las historias que conviven entre sus paredes, como si lo verdaderamente importante fuesen las personas ajenas (como yo) que se contentan con entrar y observarlo todo.
Hay dos camareras detrás de la barra, una de ellas rondara los 40 años, y parece ser la encargada, la otra, mucho más joven, de unos 26 años, rubia y de bonita figura, se encarga de llevar a las mesas en bandejas de madera las bebidas y los bocadillos. Cuando pasa enfrente mía me dedica una pequeña sonrisa, que yo recojo como un saludo de buenas tardes, me giro y la veo mejor, es muy guapa, se mueve de una forma dulce entre los huecos que dejan libre las distintas mesas, atiende a todos los clientes con la misma sonrisa que me regaló cuando me vió, lo cual me hizo comprender que aquello nada quería decir.
La mujer mayor que se encuentra detrás de la barra me pregunta qué deseo (llevo ya unos minutos observando todo en total silencio), yo le contesto que en realidad ya tengo todo lo que puedo desear, estar de pie, en interior del Brick. Ella se ríe, y vuelve a insistirme si quiero algo de beber, le pido una Coca Cola fría, me sentaré y la tomaré solo en una de las mesas que quedan libres.
Al sentarme en una de las sillas puedo notar como chirría al rozar con el suelo de madera, haciendo que el ambiente sea más mágico de lo que es, la vejez personificada en el chirrido de una silla de madera de abeto canadiense.
Sentado en mi mesa solitaria que se encuentra al borde de una de las ventanas que hay a lo largo de todo El Brick, en una perfecta comunión entre yo y Cicely, de la misma forma que se sienten guardados el Senna de Paris, o los amantes paseando por la playa cómplices solo de sus miradas y sobrando las palabras, no necesitaba más, de hecho no buscaba algo más grande que aquello, era lo que deseaba y anhelaba, un poco de tranquilidad en un pueblo de algún perdido lugar de Alaska.
El zumbido de un mosquito era más que suficiente para despertarme de mi vigilia duradera, para quitar mi mirada de algún punto que no lo merecía, o hacer mover mi mano sobre la mesa en un titubeo de tic nervioso agravado por la nada que me envolvía. Fue en ese momento cuando comprendí el significado de La Nada, de la que habían hablado los filósofos durante siglos, la que profetizaban las religiones como algo que nos absorberá y acabará con nosotros, porque como dijeron los nihilistas puros, “La nada es bella, porque todo es la nada”.
Me sentía bien, sin nada en lo que pensar, ni nada en lo que vivir, la vida pasaba por mi lado, en forma de una camarera bonita que servía lo que los clientes pedían, o algún que otro habitante de Roslyn que quería que el café estuviese un poco mas caliente de lo normal, a pesar de todo, Nada importaba, era el karma en estado existencialista autocrítico, pensamientos como ¿realmente querías estar aquí? ¿Qué es lo que buscas? ¿es tu meta o realmente es el principio de una huida? ¿Por qué no sientes el frío?... Muchas preguntas me pasaron por la cabeza, y de hecho fue la última vez que existieron, porque aquel momento en el que miré a los ojos La nada comprendí El Todo, supe cada repuestas para cada una de mis preguntas, pude acelerar el tiempo para poder dejar de sentirme viejo, y aplasté mi orgullo para perdonar y ser perdonado, ese fue el momento, cuando me enterraba en el barro y nadie podía auxiliarme, cuando estaba a gusto conmigo mismo después de tanto, tanto tiempo…
Miré el reloj que en forma de escudo victorioso presidía el Brick y decidí levantarme, cuando me marcho y salgo al exterior uno de los moteros que me diera la bienvenida y que estaba en la puerta me dice si quiero dar una vuelta en su Harley Davinson, yo atónito ante tal propuesta contesto con un claro y alto si, el motero sonríe, se monta en su moto y me dice me siente detrás de él, lo agarro, con tal fuerza que nada me podría separar de él y su moto, entonces la Harley se enciende, y siento su ruido, su despertar, su furia, que penetra por mis oídos y llega hasta mi corazón, un corazón que se acelera y que consigue que empiecen a caer las primeras gotas de sudor nervioso por mi frente, me siento distinto, auténtico, libre!! Y pienso en aquel episodio en el cual Fleischman atraviesa media Cicely en moto con una sudadera publicitaria de la universidad donde estudio, ya no soy Jordy santos, soy Joel Fleischam, es lo más cerca que estuve nunca del doctor. Damos una vuelta por la periferia de Roslyn, con el único acompañamiento del rugir de la moto, el resto no se oye, no quiero oír nada, todo lo que me rodea sobra, incluso el sonido, aquel rugir se convierte en música para mí, que me deja sordo por un instante y que apenas me importa, es la voz de la vida, del corazón, la velocidad aumenta, y yo aprieto con mas fuerza la cazadora de cuero de aquel loco, él grita, yo apenas puedo, es más no sé gritar en aquel instante, porque si lo hiciera no sentiría el resto, sólo sonrió y cierro los ojos para pensar en lo que pasa, que no es otra cosa que el coito con Roslyn, afirmaría incluso que la moto se levantó y empezó a volar por encima del pueblo, lo digo porque durante un momento el olor de la hierba dejó de existir, y eso sólo ocurre cuando uno se aleja de ella, pero como ya digo, llevaba los ojos cerrados, sólo fue una sensación que tuve y no lo puedo confirmar, además si eso fue cierto no me gustaría saberlo porque tengo un vértigo enorme y no me gustan las alturas. Al rato reduce la velocidad, tanto que se para, estamos de nuevo delante del Brick, mis piernas tiemblan, no puedo pisar el suelo, miro al interior y veo que los otros moteros que hace un tiempo poblaban aquel Bar ya se habían marchado, ni siquiera había escuchado el sonido furioso de sus Harley Davidson al alejarse. Aquel hombre se despide y me desea buena suerte. Fue un viaje corto pero en él que llegue a lugares a los que nunca pensé.
Era demasiado tarde y me quedaba por visitar la tienda de Ruth Anne, la consulta de Joel, observar y tocar el totem indio y pararme durante horas delante del mural del Roslyn Café.
La camarera mayor del Brick que en ese momento reencontraba fuera me despidió con una amplia sonrisa, no tenía mucho tiempo, media tarde se estaba yendo.
Justo enfrente se encuentra la tienda de Ruth-Anne, sin duda es un sitio muy hogareño por fuera, está totalmente forrada de madera, y se encuentra en perfecto estado, en sus cristales pueden verse los distintos objetos de merchandising de la serie que se venden dentro, apenas pude estar mirando aquel escaparate un par de segundos, deseaba entrar dentro y saber qué clase de persona atendería la tienda más dulce de la televisión.
Por dentro es bastante grande, nada que ver con al serie, pude ver al fondo una mujer adulta que rondaría la cuarentena, y que estaba colocando unos cuantos botes de refresco en el frigorífico. La primera persona que me atendió fue una adolescente rubia y de cara seria que salió a mi paso de uno de las estanterías que ocupan toda la tienda.
Le pregunté por Ruth –Anne, la chica dejó la seriedad de su cara para sacar una pequeña sonrisa, y llamar a la mujer que había visto según entré. La mujer se acercó a mí, al mismo tiempo que la adolescente no paraba de observarme, yo la miré un momento, al tiempo que ella miraba a otro lado (las chicas americanas no aguantan la mirada fija a los ojos). La mujer se acercó preguntándome si deseaba algo, yo le volví a responder que quería ver a Ruth-Anne, ella contestó “I´m Ruth-anne” con voz alta y seguida de una grandísima carcajada, entonces aquella mujer, yo, y la adolescente comenzamos a reírnos como si nos conociéramos desde siempre. Fue un momento feliz en medio del silencio.
La mujer adulta me dijo que se llamaba Annie y que le gustaría que firmara en el libro de visitas ilustres de la tienda de Ruth-Anne!!, accedí encantado, e intente escribir lo mejor que pude a pesar de que el pulso me temblaba.
Le expliqué que venía de muy lejos para estar en Roslyn, ella respondió que ya lo sabía, que lo había leído en el periódico y que esperaba mi visita, (desde luego nada puede sorprender a un Ciceliano). Estuve mirando toda la tienda y los diversos artículos que vendían (todos en referencia a Doctor en Alaska), había camisetas, relojes, gorras, toallas… infinidad de cosas que me quería llevar pero que no podía, era algo así como las minas de Aliba-ba para adictos a Cicely.
Mire unos cuantos artículos, entre ellos unas camisetas y unas gorras para volver el día siguiente con dinero y llevármelo como recordatorio. Annie me preguntó si visitara la consulta de Joel y el Roslyn Café, le contesté que no, que los pies, la vista y el tiempo no me daba para tanto, pero que estaba en ello, así que tendría que dejarlas y volver mañana con más calma. Ellas se despidieron deseando que volviera pronto a hacerles una visita, cuando me marchaba Annie y la adolescente salieron hasta la puerta a despedirse de mi como si perteneciese a sus vidas desde siempre, yo seguí adelante, al cruzar la calle y en un edificio de tablas viejas azules es sus cristales podía leerse “Dr Joel Fleischman”, era la consulta de Joel.
Fue la primera vez que entré en la consulta de un médico sin estar enfermo, ¡Santo Dios que digo!!?, estaba enfermo de locura!!. Pero creo que eso no tiene remedio alguno. Además esa enfermedad me salvó de otros males , como por ejemplo La Rutina, la peor enfermedad de todas, puede acabar con una vida, con un sueño, con el amor…Enfrente, al otro extremo está la locura, la ilusión, son sueños, la fantasía…Esto es lo que me gusta, lo que me diferencia de los demás, un día levantarme por la mañana sin nada que decidir, hacer la maleta, coger el coche y viajar hasta Paris, o escribir algún verso que para nadie tiene sentido alguno, (salvo para mi), esos son mis sueños, vivir así, en cierto modo como los antiguos Beatnicks, una vida en el que la propia vida lo decida todo. Y para esto no hay medicamento alguno, ni médico que pueda recetar una cura.
La mayor parte de la gente que conozco (y que me gustaría conocer), se conforma con pasar del día (hablo de amigos, amigas, vecinos, conocidos, amantes…). Muchos de mis amigos, llevan una vida rutinaria, hace tiempo, mejor dicho años, que salen con una chica, toda su vida es siempre igual, sé que muchos ya no sienten amor, simplemente están a gusto, y la vagancia y el temor a perder algo que ya tienen asimilado, les hacen seguir ese camino el resto de sus vidas, el amor se ha perdido, porque no lo han cultivado, ni han hecho nada por que se mantuviera vivo, se han dedicado a subsistir, ese fue el gran error en el perecieron, no sólo ellos, sino también quienes han sido sus compañeros de viaje.
Yo escapo de eso, y soy de los que piensan que si el amor se termina, se termina, no se puede seguir alargando la agonía, ni dando aliento a la pereza, ni oxigeno a la mentira, así como aparece el amor, así desaparece, también podemos hacer todo lo posible para que no se vaya, aunque eso cuesta y cansa…
Hablo como un Beatnick, mejor dicho como un hisper, y puede incluso que mis palabras no encuentren sentido jamás en el mundo de las ideas, o en el mundo de la cordura, mis palabras, como vagas que son, no tienen sentido en ningún sitio, sólo en mi cabeza, porque mi cabeza se encuentra enferma, enferma de locura.
Prosigo pues mi narración: No fui a ver al médico para que me curara, fui para que agrandara mi locura!!.
Me quedé unos segundos delante de la consulta de Joel, sin perder detalle alguno, conté cada una de las tablas de maderas que constituyen el edificio, pude ver que el color azulado estaba desgastado, y que muy pronto necesitaría una mano de pintura, observé las letras que están pintadas en uno de los cristales y donde puede leerse: Dr Joel Fleischman (sencillo, conciso y alentador), aunque es corto y seco lo leo unas cuantas veces antes de entrar. Dentro pude observar una tienda grande llena de regalos, souvenirs y artículos de la serie (como la tienda de Ruth-Anne), a la izquierda se encontraba el mostrador y sobre él, una mujer muy fuerte físicamente, de pelo blanco, blanco como la mente antes de imaginarse una idea, su piel era también pálida, sus rasgos delataban que no era americana, me dió las buenas tardes, estaba calcetando, siguió haciéndolo mientras yo daba vueltas por la tienda, de vez en cuando me miraba y sonreía (todos en Cicely sonríen, parece que lo hacen mecánicamente, sin esfuerzo alguno, sin que cueste lo mas mínimo), pasa el tiempo y yo sigo mirando el interior de la consulta, hay más gente, son turistas y compran algún que otro recordatorio de su paso por Roslyn. Sigo mirando, me gustaría llevarme todo lo que hay allí dentro, pero no puedo, me llaman la atención unos peluches bastante grandes de alce, al cogerlos y tocarlos puedo sentir su tacto, es dulce, como todo en Cicely, cuando vuelva mañana me llevare un par de esos peluches, es un bonito regalo.
Me acerco hasta la mujer (que no ha parado de calcetar ni un instante), le digo que vengo de muy lejos para estar en Roslyn, sin apenas quitar su mirada de las agujas, que en ese momento estaban entrelazadas con la lana formando una figura uniforme, responde un seco “I know” (lo sé), si fuera al principio esta respuesta me causaría muchísima impresión, pero visto que todos sabían de mi llegada ya no me impresionaba lo mas mínimo, incluso llegaba a aburrirme, quería sorprender a algún Cicelyano y a medida que pasaba el tiempo sabía que eso no podía ser.
Vuelvo a echar un vistazo a la consulta de Joel, y en un visión me pareció ver a Joel, sentado en su silla, con los pies en la mesa, frotándose la sienes con la yema de los dedos, y a Ed entrando sin llamar, o a Marilyn avisando a Joel que tiene una llamada por la línea 1 (cuando sólo hay una línea), esos momentos en los que Joel intenta tener un poco de tranquilidad y sólo consigue la extenuación.
Estaba observando desde el centro de la consulta al pequeño mundo exterior que se puede divisar por la puerta de entrada, y pude ver que una mujer se acercaba, era Maggie O´Connell!!, venía a pedir consulta con el médico, porque según había entendido una jaqueca aguda no le dejara dormir la noche pasada, al principio daba la impresión de que Joel y ella se entendían, pero pasaban los segundos y la tensión crecía, con un tesón propio de una discusión que nunca acabara en buen puerto, entonces Joel dijo aquello de “Soy médico, judío y de Nueva York!!”, intentando reafirmar su posición intelectual y social frente a ella, al segundo de terminar esa frase Maggie no pudo contenerse y contestó “¿Qué tiene Fleischman que me irrita tanto?”. En un gesto mío de abrir y cerrar los ojos desaparecieron los dos, como la espuma del agua del mar al llegar a la orilla, lentamente, silenciosos, con dulzura.
Miré a la dueña de la tienda, que seguía con la mirada fija en su calcetado, ella me miró, pero no pareció haber visto ni oído nada, ni tampoco los pocos turistas que se encontraban allí conmigo, nadie lo había visto, supongo que fue mi imaginación.
La mujer de la tienda para un instante de calcetar y saca un mapa, me dice que me acerque, quiere que le diga de que parte del mundo soy, es la primera vez que Marianne Oujovic (asi se llamaba), se interesa por mí. Me pide que señale en el mapa, se lo señalo, vuelve a guardar el mapa y se ríe (aún hoy no sé de qué), me pregunta si me gusta Roslyn, le contesto que me encanta, me dice que me venga a vivir aquí, yo le contesto que NO, sin darle importancia a mi negación, abre un libro que tiene encima de la mesa, es un libro de visitas, quiere que lo firme, cojo un bolígrafo pongo mi nombre y una frase al lado “ ¿será tan dulce el paraíso?”, cierra el libro y lo vuelve a guardar.
El sol empezaba a teñirse de naranja, y la tarde preguntaba a la noche que vestido se pondría hoy para salir. Deje la consulta del doctor, no sin antes despedirme de aquella misteriosa mujer, tenía prisa por ver el tótem y el mural del Roslyn café, y ya no tenía mucho tiempo.
Crucé la calle en línea recta, a esas horas el centro de Cicely (Roslyn) se encuentra a rebosar de gente caminando por las aceras, unos ríen, otros hablan entre ellos y los más audaces observan y callaban.
Ya en la acera de enfrente, justo al lado del Tótem, delante del Pizza Village pude observar una guapísima joven, que tenía unos ojos azules que eclipsarían cualquier arrecife de coral, estaba sentada en una silla recosteada, aprovechando el buen tiempo y tostando su dulce piel a un sol que ya pedía el relevo a la luna, me observó todo el tiempo, no fijamente, sino de reojo (como lo hacen las chicas americanas), cada uno de mis movimientos, de arriba abajo, en un momento dado la observé y la miré directamente a los ojos, ella cambió la mirada, a cualquier sitio, (lo vuelvo a repetir ninguna chica americana aguanta la mirada de un europeo ), sonrió, ella ni se inmuta, intenta dar la sensación de que es dura como una roca.
Me siento en la acera con las piernas entrecruzadas como un jefe indio, y dirijo mi mirada lentamente siguiendo el totem hacia el cielo. Aquel poste esbelto estaba compuesto por figuras que para algún pueblo tenía un valor incalculable, terminaba en un hermoso águila que parecía ser el guardián de Cicely, guardián y soldado que lo ahuyentaba de los malos espíritus, de los malos presagios, como un rey majestuoso en su sillón, ante la mirada impasible del mundo, porque el mundo no le molesta, porque el era el dueño de el mundo…
Acerqué mi mano para poder tocar el poste del Totem, y rocé en un primer instante las formas de madera que lo componen, estaban húmedas, y calientes a la vez, pude sentir el tacto y la voz del árbol que algún día fue, donde vivía, en que bosque se encontraba cuando lo talaron, la vez que la tribu india lo convirtió en un objeto de culto, o las plegarias de los indios descargaron ante él.
Volví a dirigir mi mirada a su parte cenital, donde se encontraba el águila con las alas estiradas y la mirada al infinito. Parecía tranquilo, sosegado e incomprendido, era como acostarse una tarde para dormir la siesta al lado de un osito de peluche que te hace toda la compañía del mundo, salvo que aquello era demasiado grande y esbelto para meter una habitación convencional. Si yo fuera rey y mandara en el mundo ordenaría que cada persona tuviera en su casa un Totem, hacen más compañía que un reloj, que un peluche, que una foto, que el recuerdo… claro está que si ordenara tal cosa tendrían que hacer las casa más grandes, y creo que no me harían ningún caso, aunque en una casa de campo, en su jardín o en su finca quedaría perfecto, guardando la finca, la gente, el pueblo…Reivindico pues el Totem como elemento decorativo en la vieja Europa.
Todo esto lo pensé en los instantes que lo observé de arriba abajo, cuando me quedé mirando a aquél águila de pico puntiagudo y alas extendidas que parecían pedir clemencia al cielo. Me levanté y volví a tocar las formas decorativas del tronco, seguía caliente, el sol le diera de lleno desde que salio, supongo que la madera y el sol serán buenos amantes en el verano.
La chica de los ojos azulones seguía sentada en su silla, y lo hacia mirando de reojo, era toda una artista en esa técnica (tengo que admitir que yo no puedo mirar mucho de reojo, acabo mareándome, prefiero mirar a los ojos, me siento mas cómodo, aunque por veces tenga que desviar la mirada). Por un momento me pareció verle una sonrisa, pero por lo visto debió de ser una sonrisa muy seria, sin fuerza y a escondidas, todo lo contrario de cómo tienen que ser las sonrisas, ojalá hubiera una ley o una orden que dijera que las sonrisas deben de ser alegres, impulsivas y visibles, si esto ocurriera le enviaría una postal con esta ley a la chica de los ojos azules que tanto le cuesta reír.
También puede ser que aquella chica estuviera bajo un extraño maleficio del totem, le pudo haber pasado como al Rey Pescador de la leyenda del Santo Grial, y quizás estuviera obligada a no sonreír todo lo que le queda de vida, porque algún día se burló del jefe indio que veneró al totem, y de sus sueños, y de sus creencias, y de su pueblo y el jefe cansado de los mofos de la chica, la encerró en una maldición. Eso es lo que creo yo que pasó, aquí en Cicely todo es surrealista y todo puede ocurrir.
Así que deje el espectro de aquella extraña chica para volver mi vista a todo lo que me rodeaba, y pude ver entonces una de las vistas más bonitas y tranquilizadoras que he presenciado en mi vida. Me doy la vuelta y tengo ante mi el mural del Roslyn Café, desde lo lejos puedo aspirar toda su belleza, no necesito dar un paso hacia delante, no necesito caminar por la acera, me quedaría así, observándolo un día y una noche entera, hasta que los pájaros se acostumbraran a mi presencia y acabaran por posarse sobre mi figura. Sentí la extraña sensación de meterme dentro del mural, y coger por el cuello a aquel camello para poder montarme en él, o beber del oasis hasta llenar mi barriga, pensé incluso en escalar las cuatro palmeras que lo presiden como lo hacen los jóvenes caribeños para coger sus dátiles…Entonces corrí, corrí hacia el dibujo que me había consumido como un imán, no podía parar de hacerlo, mis bolsillos estaban llenos de plomo y el camello los requería, apenas me dí cuenta cuando cruce la calle que hay delante del Roslyn Café, sólo sé que cuando llegue delante de él, me lancé fuerte contra la pared, para abrazarlo y sentirlo contra mi pecho, que el dibujo sintiera el frío sudor que empapaba mi espalda y el fuerte latido de mi corazón, y que supiera que si latía tan fuerte era por estar pegado a él, que nada en el mundo podía separarme porque en aquel momento estaba més vivo que nunca, como lo están las flores en primavera, o los ríos en el deshielo, vivo no, vivísimo. Intenté despegarme con brusquedad, pero por alguna razón, una fuerza proveniente de la arena del desierto que se puede apreciar en el mural me arrastraba al interior, una vez que se me borró de la mente la estúpida idea de separarme del alma de Cicely dejé mi tosquedad de lado, y en lugar de hacer fuerza para separarme abrí más mis brazos para abarcar la mayor cantidad de pared e intentar abrazarlo de una forma a la que nunca abracé a nadie. Lentamente, sigilosamente me despegué, me tenía atado, pero poco a poco el nudo se deshacía, en una especie de flechazo de amor a primera vista, los dos amantes dejamos de acariciarnos, para mirarnos una vez más y volvernos a enamorar de nuevo, así estuvimos unas cuantas veces…
Me coloqué en un extremo del mural, y pude divisar una vez más a mi amor desde otra perspectiva, cerré mi ojos, en un momento en el que querían estar abiertos, y pasé por delante del mural con mi mano rozando todo el recorrido, los ladrillos que formaban la pared estaban bastante ásperos, y sólo encontraba la dulzura cuando la pintura los cubría, recorrí todo el mural, imaginando en que lugar estaría, si al principio, si en el medio, si al final. Mis dedos raspaban todo el trayecto, sirviéndome de guías, e intentaban valerme de visión imaginativa. Me acordé entonces de mi novia Sandra, y de todas las que tuve, aunque sólo fue un momento, lo que tenía enfrente me absorbía y no podía pensar en nada más.
Las gentes del pueblo seguían pasando por la calle, sin importarles lo mas mínimo lo que yo adoraba, sin apenas tener valor para ellos, sin apenas mirarlo, como algo lógico y normal, de que estuviese expuesto a la intemperie. Dejé el mural, y me dispuse a entrar en el Roslyn Cafe, estaba cerrado, un cartel en la puerta anunciaba que abría a las 7:00 horas y cerraba a las 14:30 horas de la tarde. Miré a través de la puerta y en medio de la oscuridad observé un interior decorado de madera con varias mesas pegadas a la pared, sin duda parecía un lugar muy acogedor, un oasis.
Mi corazón se tranquilizaba a medida que pasaban los minutos, lo peor ya había pasado, aún así sonaba como una caja vacía en mi interior. Ví a lo lejos la bicicleta de la que me había bajado de golpe cuando llegué al centro de Roslyn, seguía tirada en la acera, pidiendo clemencia, decidí recogerla enseguida del suelo, no quería que empezase a llorar, aquel momento era dulce y alentador, estar allí, en aquel pequeño pueblo en medio de la nada, y mi bicicleta se merecía un trato mejor, después de recogerla, la limpié un poco, y sin montarme en ella la llevé de la mano, agarrada del manillar, llevábamos los dos un paso firme, y nos dirigimos a un banco que hay justo al lado de la puerta de la consulta del Doctor Fleischman, quería descansar un poco antes de irme para Cle Elum, quedaban un par de horas de día, más que suficiente para aprovechar más la estancia.
Esta vez dejé con suavidad la bicicleta apoyada en la pared de la consulta de Joel, y me preocupé que estuviese tan bien colocada que no pudiese caer al suelo. Me senté en el banco, que estaba pintado del mismo color que la consulta, justo detrás mía, había el cristal de la ventana desde la que podía ver a Marianne Ourivic atendiendo a unos turistas que se llevaban artículos de la tienda. Mire desde allí todo el pueblo, todo lo que tenía delante y lo que tenia a los lados, a mi izquierda un camino que bajaba de la montaña, y por la que Joel bajaba todas las mañanas desde su casa, un poco más adelante el Roslyn café y su mural, el totem, el Village Pizza, la tienda de Ruth Anne, la K-BHR y al fondo una montaña cubierta por miles de abetos que con su verde vivo hacia que el cielo estuviese más cerca del suelo.